Reflexiones, sin más
1. La insolencia y la impertinencia humanas no conocen límites. En ocasiones no sabes si te hablan en serio, si es un extraño sentido del humor, si es algo innato, o si lo practican antes de salir de casa. Sea como fuere, y según cómo te pillen de ánimo, no hacen ni puñetera gracia.
2. En ciertos casos y con ciertas personas, el sentido de la solidaridad y del compromiso requieren un acicate, léase telefonazo de súplica y ruego, para que te hagan un favor que en muchos casos en un grito a la responsabilidad. Queda lejos el instinto de acudir sin condiciones, sin peticiones previas, simplemente, porque ves que haces falta.
3. La capacidad de escurrir el bulto escudados en obligaciones y necesidades creadas, es también sublime en ciertos congéneres. Si no hay el mencionado telefonazo, el escurrimiento está más que justificado. A su juicio, claro.
4. La sensación de gilipollas y mendrugo que se te queda ante tales actitudes es monumental. Y sólo te queda la satisfacción de comprobar que tus decisiones, esas que no se basan en necesidades creadas, sino en necesidades reales, traen como consecuencia arraigos y afectos insustituibles y eternos, más allá de nuestra efímera trayectoria vital.
5. Con todo lo cual, habría que reflexionar sobre quién realmente está haciendo el gilipollas, el mendrugo, o el memo.
Como ya he dicho en otras ocasiones, el movimiento que se ha desatado con el 15-M va más allá de un simple cambio en la manera de hacer política. Supone un cambio radical, brutal me atrevería a decir, en este ser tan profundamente arraigado en el españolito medio, ese de pote y huerta, con ese individualismo egoísta que se va gestando día a día hasta la jubilación, fundado en la creencia del deber cumplido, cuando no nos damos cuenta que nuestras responsabilidades y deberes en este mundo no terminan hasta que dejamos de existir. Pero de eso no nos damos cuenta hasta que la guadaña está próxima. Y entonces, cuando ya no hay tiempo para rectificar, para recuperar decisiones y afectos perdidos, entonces es cuando lo entendemos todo. Pero entonces ya es demasiado tarde.
2. En ciertos casos y con ciertas personas, el sentido de la solidaridad y del compromiso requieren un acicate, léase telefonazo de súplica y ruego, para que te hagan un favor que en muchos casos en un grito a la responsabilidad. Queda lejos el instinto de acudir sin condiciones, sin peticiones previas, simplemente, porque ves que haces falta.
3. La capacidad de escurrir el bulto escudados en obligaciones y necesidades creadas, es también sublime en ciertos congéneres. Si no hay el mencionado telefonazo, el escurrimiento está más que justificado. A su juicio, claro.
4. La sensación de gilipollas y mendrugo que se te queda ante tales actitudes es monumental. Y sólo te queda la satisfacción de comprobar que tus decisiones, esas que no se basan en necesidades creadas, sino en necesidades reales, traen como consecuencia arraigos y afectos insustituibles y eternos, más allá de nuestra efímera trayectoria vital.
5. Con todo lo cual, habría que reflexionar sobre quién realmente está haciendo el gilipollas, el mendrugo, o el memo.
Como ya he dicho en otras ocasiones, el movimiento que se ha desatado con el 15-M va más allá de un simple cambio en la manera de hacer política. Supone un cambio radical, brutal me atrevería a decir, en este ser tan profundamente arraigado en el españolito medio, ese de pote y huerta, con ese individualismo egoísta que se va gestando día a día hasta la jubilación, fundado en la creencia del deber cumplido, cuando no nos damos cuenta que nuestras responsabilidades y deberes en este mundo no terminan hasta que dejamos de existir. Pero de eso no nos damos cuenta hasta que la guadaña está próxima. Y entonces, cuando ya no hay tiempo para rectificar, para recuperar decisiones y afectos perdidos, entonces es cuando lo entendemos todo. Pero entonces ya es demasiado tarde.
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