Un globo

Una de las muchas ventajas que tiene esto de ser madre (o padre), es que los niños permiten con frecuencia esto de aislarte del mundo de los adultos, tan aburrido y gris, y sumergirte con ellos en el apasionante universo infantil, poblado por cuentos, puzzles, peluches, canciones, películas, juegos, columpios y tiovivos.

Esto es lo que venimos haciendo en mi casa desde que comenzaran las vacaciones, hace algo más de una semana. Playa, piscina, parque, fiesta, tiovivos... ¿quién da más? En cada uno de estos escenarios, de alguna manera volvemos a ser niños, y a disfrutar como tales, pues no se me ocurre mejor forma de aprovechar estos momentos, siempre escasos, que disfrutamos de nuestros hijos, más allá de la rutina y los agobios diarios.

Por ejemplo, están los tiovivos. Personalmente me encanta subirme con Leire (June aún es pequeña, aunque apunta maneras) a todas las barracas que pueda, y qué decir cuando en alguna de ellas reparten globos. Entonces ahí me transformo y mis brazos se estiran como si fueran de goma para arrancar al barraquero un globo (o más), y de paso, obtener una inmensa sonrisa de mis hijas, de esas que me hacen olvidar las horas perdidas de sueño y demás agobios.

En ese momento, cuando conseguimos el globo, nos sentimos las reinas del mundo. Objetivo cumplido. Si el mundo fuera tan sencillo como estirar la mano para alcanzar ese globo, otro gallo nos cantaría.

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