Ilusión, que no obligación

Dice mi marido que él no hace regalos devueltos, es decir, que no regala porque le regalan a él, sino sencillamente porque le sale de las narices. Esta costumbre es muy saludable, sobre todo para el receptor de los regalos, que si por un casual es lector de mi blog, habrá encontrado una auténtica bicoca en estas primeras líneas.

Será que yo soy una perra egoistona, pero no estoy del todo de acuerdo con esta máxima, sobre todo cuando tienes la sensación de que te están tomando el pelo. Y es que la Navidad es una ocasión muy propicia, para ver de qué están hechas las personas que te rodean.

A ver si me explico. Me da igual que sea Navidad, un cumpleaños o una onomástica. Yo cuando hago un regalo, intento ponerme en el lugar del otro, pongo en alerta mis cinco sentidos para detectar necesidades, gustos e ilusiones, lo pongo en la balanza con mis posibilidades económicas, y voilá!, me lanzo a comprar ese regalo. Para mí, casi más importante que el momento de la entrega es el momento de su compra, de preparar lo que será el instante de su recepción. Y por ello me desvelo por todo aquello que rodea al regalo en sí, a saber, el papel de regalo, algún detallito por escrito, y chorradillas por el estilo.

Viendo o mejor dicho, leyendo, cómo soy, entenderéis que me pongo un poco enferma cuando la gente me pregunta qué quiero por Reyes, por Olentzero o porloquesea, cuando faltan dos días para el evento. Y que si no quiero nada o no sé explicarme en ese instante, cuando me lanzan la pregunta a bocajarro, como si tuviera una lista de deseos perenne en mi cabeza, va y me dicen que me dan dinero.

A ver. A estas alturas de la película, que me digan estas cosas pues ni me va ni me viene. Lo cierto es que gracias a Dios necesito muy pocas cosas materiales. Pero sí que me enciendo cuando me lo preguntan para mis hijas, y más cuando se trata de la familia. Y es que cuando tienes una peque recién nacida y otra saladísima con sus dos añitos, das por supuesto que la capacidad creativa del personal se incrementa de forma superlativa al verlas tan graciosas ellas, y que el amor y el cariño que desprenden por todos sus poros es suficiente droga como para insuflar ideas y ánimo para indagar y procurar ser el que gane su ilusión.

Cuando hablamos de hacer regalos para los niños en definitiva, y más en las fechas navideñas, no debería quedar la sensación a los padres de que nos están haciendo un favor, que al "regalante" le resulta un coñazo hacer estas cosas, y que están deseando que pasen estas fechas para dar por cumplido el expediente y seguir con sus actividades múltiples y divertidas.

Cuando hablamos de hacer regalos para los niños en definitiva, y más en las fechas navideñas, y más cuando estamos en familia, es preciso, a mi entender, atender a todos los pequeñajos y pequeñajas de la familia por igual, sin distinciones, haciendo las renuncias y los esfuerzos que merecen. Porque son pequeños pero no son tontos. Y sus padres, tampoco.

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