El fruto de nuestro egoísmo

Algo está pasando en el mundo árabe. No tengo todas las informaciones, pero intuyo, supongo, que no es algo repentino ni espontáneo. Entiendo que es algo que viene de atrás, algo que se ha ido gestando, madurando con el paso del tiempo, con el cúmulo de situaciones que se han ido dando, con todas las circunstancias que rodean a este mundo en el que vivimos.

Cuando hoy los telediarios incrementan sus audiencias mostrando las últimas imágenes de Libia, y algunos amarillean el asunto contando como porteras las excentricidades de Gaddafi, no son pocos los que quieren sacar pecho y denunciar escandalizados lo que definen como un genocidio y una escalada intolerable de violencia.

Suponiendo que lo sea, ¿quién es el responsable? ¿sólo Gadafi, por ordenar disparar a sus esbirros y mercenarios? Permitidme que lo dude. A lo mejor habría que preguntar a los Jefes de Estado de la Unión Europea, en esas comidas y esas fotos de familia en las que hemos visto años antes al Muammar. ¿Es que por aquel entonces no había desmanes en Libia? ¿Acaso entonces la libertad campaba a sus anchas por las calles de Trípoli? 

A lo mejor las lágrimas de cocodrilo de nuestra sociedad occidental no llore tanto a los muertos norteafricanos, sino al petróleo y al gas que ahora escasea, que sube de precio, que nos fastidia los planes de un consumo desbocado descontrolado pese a la crisis, y que se resiste a cambiar pese a los tirones de orejas que nos vienen dando desde hace casi cinco años.

A lo mejor nuestros dirigentes no están condenando firmemente la barbarie contra quienes defienden su libertad y la justicia, sino más bien están temblando ante la más que previsible avalancha de personas que huyen del terror, de la miseria, y buscan algo mejor, dentro de Europa, por pillarles más cerca. Y es que, tiene gracia la cosa (por decir algo), qué cerca estamos nosotros del espanto, y qué cerca ellos del exceso y del oropel. Y, sin embargo, cuán lejano se nos antoja.

No nos engañemos. Todos somos responsables de lo que está pasando. Con nuestro egoísmo, con nuestro consumismo insaciable, con nuestra codicia, estamos colmando el vaso. Formular documentos de condena, aprobar sanciones vacuas y meramente institucionales, cerrar fronteras, no soluciona absolutamente nada, sólo pone parches a una situación que es insostenible, insisto, por nuestro egoísmo. Y no sé si estamos a tiempo de reaccionar para evitar que el barco se hunda, porque la reforma que hay que hacer es profunda, larga y en absoluto sencilla. Y lo que es más, no la pueden hacer nuestros políticos, requiere el compromiso de todos. A ver qué pasa.

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