La vara de medir

Los domingos, si coincide que sacamos el coche por la mañana, acostumbramos a sintonizar Radio Nervión, emisora marujil donde las haya, sumamente divertida cuando escuchamos a tropa de lo más pintoresca soltar sus quejas y sus verdades a un tal Joseba, que lo escucha estoicamente, salvo cuando le tocan la vena sensible...

Me parece muy bien que haya un espacio donde la gente pueda desahogarse. Ya que nos faltan arrestos para salir a la calle a manifestarnos y dejar en evidencia el savoir faire de nuestra clase política, está bien dejar un canal abierto para que personas, generalmente de mediana edad y más allá, denuncien lo que crean conveniente y ya, de paso, su soledad y su necesidad de comunicarse. Pero ese es otro tema.

Eso sí, lo que ya no entiendo muy bien es que espacios de este pelo sean carta blanca para todos. Porque lo de la libertad de expresión es algo muy subjetivo, sobre todo según el sujeto de quien se hable. Y es que el otro día, una señora que parecía entrada en añitos, se despachó a gusto con los extranjeros, que según ella, se chupaban un estupendo viaje en patera de primera para timarnos a todos los presentes. No sólo eso, incluso había quienes venían embarazadas en plan dos por uno (qué malas), para timarnos por partida doble. Y eso fue lo más suave: ladrones, asesinos, maleantes, etc. y demás lindezas se escucharon por la radio, sin que nadie, excepto una oyente boliviana, contestara a semejante comentario.

Este hecho, diluido en la avalancha noticiera de nuestro mundo tan incomunicado pese a ser global, me sugiere varias reflexiones. Por un lado, me planteo qué hubiera sucedido si en lugar de despotricar contra los extranjeros (como ella decía), hubiese alabado la actuación de ETA y demás cuadrilla, o del GAL o de otros grupos así. Porque total, hay gente para todo. ¿Qué hubiera pasado entonces? Se me ocurre que, por ejemplo, la emisora estaría en un brete gordote, y el tal Joseba hubiera tenido que hacer, cuando menos, algún comentario para relajar tensiones, y alejar fantasmas de su emisora y ya, de paso, de su puesto de trabajo. Y por otro lado, se hubiera abierto un debate jugoso en la emisora, que hubiera dado pie o bien para cortarlo por lo sano, o para seguir con el tema en otras emisoras y canales de televisión. Que esto da mucho juego.

Pero con la inmigración no parece que ocurra tal cosa. No salieron llamadas, al menos de inmediato (no escuché el programa entero), en protesta contra tales comentarios, por otro lado, y sin querer ofender a nadie, tan sumamente injustos y reveladores de una supina ignorancia de la realidad social de este país (señora, le han lavado el cerebro. Qué pena). Y Joseba no dijo nada, absolutamente. Incluso la dejó terminar, cuando otras veces interrumpe la llamada y expresa su opinión, claramente y sin tapujos. Nadie al otro lado, nadie de los de aquí que se quejara. Nadie. Qué lástima. Qué enorme vacío. Qué supina ignorancia la que nos tiene sumida esta sociedad de la "comunicación", oscura donde las haya, parcial e injusta.

Y lo peor es que no es la primera vez que escucho comentarios así en esta emisora. Peor aún es que nadie ponga coto o rebata tales reflexiones, por llamarlas de alguna manera. Tal vez tendrían que pararse a pensar que lo normal es que haya gente al otro lado que escucha, no en plan borreguil, sino con ánimo del radioyente de antaño, y que a más a más, como decía mi profesor de Mercantil, hasta puede ofenderse. Casi casi, como cuando llamaban maquetos a los que venían de otras provincias a buscarse las habichuelas entre los baserris. O cuando salen en esa misma emisora despotricando contra los gays. Casualmente entonces sí que reacciona el locutor. En fin, cosas veredes...

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