Al calor de la cocina

La maternidad trae consigo, además de panes debajo del brazo (con el permiso de nuestro ¿Gobierno?), un nuevo planteamiento y/o formas de ver y vivir las relaciones familiares. De pronto, todos subimos un grado en la escala de parentesco y, no sabemos muy bien por qué, las cosas empiezan a verse de una forma diferente. No es que sea un cambio radical, pero sí con la magnitud suficiente como para reflexionar, y ver este mundo tan raro con otros ojos.

Lo que sí que no cambia, es la cocina de la casa de mis padres. No me refiero a la estancia como tal, sino al concepto de cocina en cuanto que espacio de encuentro. Y es que el espíritu de este lugar de la casa, y por qué no decir de ella entera, lo da mi madre.

Todo empezó ya desde pequeñita, en el colegio, en la cocina de otro piso. Entre ropa colgada, y mi madre de acá para allá haciendo mil y un tareas, mientras yo veía la tele en una postura imposible, sentada sobre la encimera de la cocina, comentando lo que daban en la caja tonta y lo que me había sucedido en el cole. Siguió la cosa en la Universidad, básicamente lo mismo. Y después, durante la vorágine de mi proyecto empresarial. Y más aún, cuando ya estaba en Ibermática.

Todavía hoy, cuando paso temporadas en casa de mis padres disfrutando de la niña, para solaz de los abuelos y relajo de la madre (o sea, yo), la cocina sigue teniendo ese aquel. La tele ya no es la de antes, ahora es una mejor de pantalla plana. Y la estancia es bastante más grande. La ropa ya no está colgada de un extremo a otro de la cocina, mi madre tiene una secadora estupenda. Pero ella sigue haciendo mil y una tareas, en la cocina y en el resto de la casa. Y, no sé cómo se lo monta, pero me escucha, sigue con atención todos los capítulos de mi vida, incluso en los detalles más insignificantes. Y seguimos pasando horas nocturnas de charleta mientras la televisión canturrea, y nosotras picoteamos cacahuetes y mandarinas.

Supongo que el sofá del salón será mucho más cómodo. Pero no da el mismo calor.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Enhorabuena por este fantástico relato que nos demuestra, una vez más, que para leer calidad no hace falta acudir a las revistas que regalan con el periódico los fines de semana donde escriben los famosillos y otras promesas de la pluma.
Tampoco es necesario participar en concursos súpermegafashion para conseguir la "cojopluma" marca "Wikitaka".
Sólo es necesario un espacio humilde en Internet y mucho talento como es el caso aquí y en otros muchos similares.

Gracias a todos y todas por regalarnos sin autores, sociedades ni licencias de por medio que entorpezcan vuestro flujo de talento.
a las pruebas me remito ha dicho que…
Cuanta razón tienes Sonia. Estoy convencido que en casi todos los hogares el habitáculo principal de la casa no es el salón o cuarto de estar. "es la cocina".
t.garciaoviedo ha dicho que…
Que post tan entrañable! Estoy segura Sonia, que la relación mantenida con tu madre "al calor de la cocina", a lo largo de estos años, será un gran referente para establecer la tuya con tu hija.

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