En defensa del derecho de asilo (y III)

Habitualmente, cuando escuchamos las palabras "ayudas del Estado a la cooperación al desarrollo", nos vienen imágenes de aviones enormes cargados de cajas repletas supuestamente de bienes que han de satisfacer necesidades básicas allí donde todo es necesario y básico, ya que esencialmente carecen casi de todo. Pensamos, desde nuestra ingenuidad, que son ayudas, acuerdos, decisiones desinteresadas, que buscan de verdad favorecer ese desarrollo y ese crecimiento para que en algún momento (que no sé si lo verá mi hija), esos aviones enormes y esos fardos tan grandes llenos de cosas, dejen de ser necesarios.

Eso es lo que yo pensaba. Supongo que soy una ingenua. Pues hete aquí que hace unas semanas me entero que no todos los fondos que supuestamente son para desarrollar cumplen tal fin, sino que en muchos casos sirven para financiar actuaciones que al contrario, hunden aún más en el caos y en el subdesarrollo a quienes lo padecen.


Hace unas semanas me enteré de la existencia del centro de detención de inmigrantes de Nouadhibou, en Mauritania. Por lo visto, y como ya sabemos, el fenómeno migratorio es un asunto muy feo y muy poco vistoso electoralmente para nuestros políticos, además que no hace ninguna gracia que una patera hecha polvo con gente peor que la misma patera venga a fastidiar a los pacíficos turistas que disfrutan de unos días de descanso en las idílicas playas de Canarias. Un suponer. Total, que entre una cosa y otra, España y la Unión Europea han venido impulsando acuerdos migratorios bilaterales y multilaterales con los países de origen o de tránsito. Uno de ellos es Mauritania, cuyas costas están a unos 700 kilómetros de las islas y que por lo visto es referente de personas migrantes y refugiadas para aventurarse en un viaje muy peligroso por alta mar, que puede durar hasta siete días.

El acuerdo firmado entre España y Mauritania permite a nuestro democrático y progre Estado repatriar a las personas que han llegado a Canarias desde este país, así como impedir nuevas salidas desde los puertos mauritanos, incluyendo nacionales de terceros países. Después de haber sido devueltos a Mauritania, los de Mali son repatriados a diversos puntos de su frontera común, y los nacionales de otros países a la frontera senegalesa.

En este contexto, en el año 2006 la Agencia Española de Cooperación Internacional se lo curra en plan organismo enrollado con la inmigración y tal y financia, con nuestros impuestos, el centro de detención de Nouadhibou, con la intención expresa de devolver al mismo a los migrantes con destino a España que son interceptados por el camino.

Como la cosa no pintaba bien, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado acudió a este centro para comprobar qué es lo que estaba pasando por allí. De paso, comentar que el Ministerio de Asunto Exteriores de España fue quien encargó este informe (sin comentarios. Cosas de este Gobierno). Y en fin, las conclusiones obtenidas son más que lamentables. Y eso que cuando fueron al centro ocurrió como cuando tienes visitas, que procuras que la casa esté lo más decente posible. Pues ni por esas, que no coló.

Según este informe, el centro no se rige por ninguna normativa, y no está estipulado el tiempo máximo de detención. Si te pillan, o si consideran que tienes pinta que querer salir hacia España, puedes estar en el centro hasta que se forma grupo para llenar un microbus que te deja en alguna parte de la frontera para que te busques la vida y vuelvas como puedas a tu país o lugar de origen, si te atreves.

Al llegar al centro, nadie te informa de nada. Los rumores inundan las exiguas celdas, que son las antiguas aulas de la escuela sobre la que se levanta el centro, con las ventanas selladas, donde se hacinan quienes llegan en 40 metros cuadrados, repartidos en 15 o 17 camastros sin mucha posibilidad de movimiento, porque por lo visto no les dejan salir de las celdas salvo para coger el citado microbús. No sea que se vayan a escapar.

Y así, con una atención sanitaria escasa y deficiente, con comida facilitada por Cruz Roja, y sin saber qué es lo que va a pasar, pasan los días, hasta que una noche, después de cenar, llegan los microbuses sin avisar, un policía cita tu nombre, y cuando se llena el cupo, arrancan, con una botella de agua y unas galletas para aguantar un viaje que puede durar entre 12 o 20 horas, según dónde te dejen. Y te dejan a tomar por saco de tu ciudad, pueblo y aldea, sin ningún recurso. Y vuelta a empezar. Total, ya puestos, no hay nada que perder. Y les entiendo perfectamente. Supongo que yo haría lo mismo.

Este tipo de cosas no suelen salir mucho a la luz. Tal vez si supiéramos cómo se están gastando nuestros dinerillos pensaríamos de otra forma. Porque no son neuras de un grupo de idealistas que pensamos que las cosas deberían cambiar, que hay injusticias todos los días a las que no hacemos caso. Son realidades que están ahí, que las estamos pagando todos, y que deberían avergonzarnos al saber de ellas. Yo por lo menos me he avergonzado al conocer la existencia de este centro de detención. Así que cada vez que veo en la tele a la tropa de Moncloa, me pongo mala. En fin.

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