Nunca estamos contentos con nada...

Como ya he comentado alguna vez, estoy viviendo la experiencia del embarazo. Desde la ingenuidad de ser primeriza, la estamos disfrutando plenamente, beneficiándonos de la ausencia de molestias insoportables o desagradables, dejando atrás un pequeño sustillo al comienzo de este período tan extraordinario. Nuestro propósito es aprovechar a tope estos días, cuando faltan ya pocas semanas para ver la carita de la enana que corretea por mi barriga ahora sí, ahora también. Porque quién sabe si podremos volver a sentirlo. Y en cualquier caso, intuyo que ya no sería lo mismo.

Escuchando a madres expertas, amigas con hijos y compañeras de las clases de preparación al parto con algún que otro hijo a cuestas, me surge la duda sobre si estoy pecando de ingenuidad, de locura o qué se yo. Porque entre sus comentarios apocalípticos sobre el parto, el post-parto, la lactancia, el cuidar al peque, las renuncias, y más historias para no dormir, lo cierto es que te cuestionas si es acertada la decisión, y si el género humano está abocado a su extinción con estos comentarios.

Mi ingenuidad no raya en la estupidez y soy consciente del cambio fundamental que va a experimentar nuestra forma de vivir. Pero me resisto a esos pensamientos tan negativos. Porque todo cambio en la vida tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, y esto no va a ser una excepción. Eso creo, al menos.

Existe una extraña costumbre en este país en exacerbar los aspectos menos buenos de las experiencias vitales, como si ello le diera más empaque al tema, como si ello nos hiciera mejores, más protagonistas, más necesarios. Personalmente, prefiero ser optimista, intentar disfrutar de las pequeñas cosas que nos van ofreciendo los cambios vitales. Porque, por experiencia propia, hasta de las situaciones más rocambolescas y tremendas es posible extraer resultados positivos, enriquecedores y extraordinarios.

Así que por mucho que duelan las contracciones, por muy grande que sea el desgarro, por poco que duerma, por muchas grietas que me salgan en los pezones, por muchas visitas que hagamos a Urgencias, por muchas comidas rápidas que tengamos que hacer en casita, por muchas renuncias a nuestra vida social (tampoco es que ahora vivamos en plan los Beckham), estoy convencida que nos lo vamos a pasar bomba.

O eso, o mis padres me han estado engañando todos estos años. Y no creo.

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