Ascensión al Jaizkibel


El grupo de montaña Aldatz Gora tiene la buena y sana costumbre de realizar una vez al año una ascensión a un monte gipuzcoano para después terminar en una sidrería. Nosotros, siguiendo esa tradición, acudimos fielmente a esta cita, disfrutando por libre el resto del año, de los buenos ratos que nos depara la montaña de nuestro entorno más cercano.

Estas excursiones me gustan especialmente porque es punto de encuentro de gente diversa en ideología y condición, pero unidas por un interés común: la montaña. Y resulta curioso cómo, arropados por el viento, la niebla, los cresteríos y las cimas, el debate y la discusión sobre muy diversos temas se hace más llevadero, e incluso parece que se llega a puntos de encuentro. No sé, a lo mejor hay que pensar en recuperar las formas de hacer política de nuestros ancestros, cuando se juntaban en torno a un árbol y esas cosas. A lo mejor nos permite encontrar, si no soluciones, sí veredas para alcanzarlas. Pero eso es otra historia. Sólo lo dejo caer. Otro día ya hablaré de por qué me gusta tanto la montaña. Y no es sólo porque el aire es puro...

Este año, la cita estaba en el monte Jaizkibel, y por suerte para nosotros y sin que haya servido de precedente, no llovió. Así que ayer partimos de Hondarribia, y disfrutamos de una ruta entre niebla que nos descargaban los franceses, y rayos de sol que pugnaban por asomar tímidamente para recordarnos que sí, por fin, estaba cerca la primavera.

El monte Jaizkibel (545 metros) se puede situar en el extremo occidental del Pirineo, sobre el mar y con sus impresionantes acantilados labrados a través del tiempo por el oleaje. Desde Hondarribia hasta Pasai Donibane, donde nos recogió el autobús rumbo a la sidrería, descubrimos vestigios de la historia: dolmenes, torres defensivas, y caminos de senderistas aquí y allá que nos facilitaron la marcha y de esta forma, el disfrute de unas magníficas vistas.

La bajada hacia Pasai Donibane fue bastante pronunciada, pero ello no impidió poder pasarlo en grande con el paisaje que ofrece este pueblo, siempre precioso, con sus casitas y barrio pesquero, y el mar, siempre el mar, adornando con un azul brillante un entorno infinito.

La ruta terminó en la sidrería Aduriz en Oiartzun, donde degustamos un rico menú típico de sidrería. Ah, y no podemos olvidar el regreso en autobús, con el consabido sorteo de esas cosillas tontas, pero que tanta ilusión nos hacen, y que pone la guinda de estas excursiones de Aldatz Gora (por cierto, nos tocó un libro muy interesante sobre ascensiones al Gorbea...).

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