¿Se pueden poner puertas al mar?

Leo, ya no con asombro, pero sí con indignación y con lástima por el género humano, que Grecia va a construir un muro con el que cerrará los 206 kilómetros de frontera terrestre con Turquía, con ánimo de frenar así el flujo de inmigrantes procedentes de Afganistán, Irak, Somalia y Eritrea (entre otros, digo yo).

Esto de poner ladrillos en las fronteras, como las de antaño ahora fotografiadas por turistas, empieza a estar muy de moda. Y en lugar de echar aceite hirviendo cuando llega el enemigo, nos dotamos de disposiciones normativas que supuestamente lo parapetan todo y por si falla, de alambrado de púas y dotaciones de policía. Véase si no, lo que tenemos bien cerquita, en Ceuta.

Semejante iniciativa ha provocado ya las primeras reacciones institucionales, aunque está por ver si se quedará en una regañina de las de siempre o irán a más. Sería deseable que sucediera esto último, pero lamentablemente no creo que sea así. Y eso que Grecia no es Francia, donde la bajada de pantalones fue descomunal ante su idea de expulsar gitanos. Pero da igual. Total, sólo son personas, llamadas ilegales por escapar como pueden de un horror que por suerte nosotros no conocemos. Ilegal supone que es contrario a la ley. ¿Contra que ley puede ser contrario el desear vivir en paz, el desear un futuro mejor para tus hijos? A lo mejor lo que nos tendríamos que mirar son precisamente esas leyes, que parecen ser totalmente contrarias a las normas de una buena convivencia y en paz para todos, repito, para todos los que vivimos en este planeta. Unas leyes que sacrifican el bienestar de muchos para que unos pocos podamos inflar bien la barriga con las jamadas navideñas y demás estragos del consumo.

Por otro lado, me parece una iniciativa vistosa políticamente, por lo menos para algunos, pero inútil en la práctica. Porque el ingenio humano no conoce límites cuando se trata de sobrevivir. Así que si hay que saltar el muro, estoy segura que se encontrarán formas. Y si no se puede, ya se buscará la manera de entrar por otro lado. Me recuerda la historia de un joven subsahariano a quien, después de haber pasado años cruzando diferentes países de África para llegar a Ceuta, sobrellevando mil penurias, desmanes y sufrimientos, sin saber nada de su familia, sin dinero, con hambre, sed y muerto de miedo a todas horas, se le preguntaba si no tenía miedo de fracasar en su intento de saltar la valla, ahora que estaba tan cerca. Y el contestó que después de lo que había pasado, no, y que volvería a intentarlo.

Igual que no se pueden poner puertas al mar, no se puede frenar el instinto humano de libertad y de supervivencia.

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